La vida, lentamente, va cambiando. Como si en plena tempestad alguien hubiera traído a mi existencia una incoherente primavera. Todo sigue igual en la ciudad, la misma gente que saluda mientras pasea a los mismos perros. El mismo señor de los periódicos saludando en el mismo local de siempre… salvo una señora, de cabello corto, de tierras lejanas y agrestes, que me vio crecer y que, siempre que me veía, le contaba a todo el mundo que me había conocido desde el kinder, que era yo como otra hija, que me amaba.
Son raros estos días, tan llenos de huecos, tan faltos de gente que amo. Cuando bajo de mi casa, y paso junto a aquélla otra, de hermosas rosales y tréboles en las jardineras, hay otra señora, de hermosos ojos claros, que fue uno de esos párrafos imprescindibles en la página de mi definición. Yo soy la bebé que conoció Pichi, que creció en su casa, que jugó con los juguetes de sus hijas, que tantas y tantas tardes platicó con ella en su jardín. Soy su casa, tanto como la mía… y ahora no está.
Soy la primavera incoherente, porque Pichi, desde el más allá, me convenció de hacer algo de mi vida. Fue su herencia, aquél mensaje de amor, de preocupación de la que fuera mi tía favorita, aún sin tener mi sangre ni mi apellido. Y como no se discute con los muertos, y menos con las tías favoritas, decidí hacerle caso y volver aquí, con todos ustedes, a dejar de guardar silencio. A Pichi, que se llevó con ella el sol y el canto de los pájaros, le debo haber encontrado, en mil cafés de la ciudad de México, a esa muchacha alegre y feliz que una vez fui yo misma. No tengo más remedio, no lo tengo, que vivir en su nombre y en el mío, y nombrarla siempre, cada día, por ver si así logro que viva en mi recuerdo, y en el de ustedes, que sin conocerla, ahora saben que existió y que el mundo es un lugar un poquito más vacío porque ella se ha ido.
Ahora, en esta temporada interminable de nombres perdidos, de nombres nombrables, hay uno nuevo, que ayer descubrí que no era Eva, sino Evangelina. ¡Hay tanto que no sabemos de aquéllos a quienes queremos! Sabía sobre su sonrisa, y sobre sus bromas, y sobre su forma de hablar siempre apresurada, siempre interminable, siempre alegre. Sobre su amor por Oaxaca, la tierra de donde venía, emigrante enamorada de ambos lugares. Sobre su sorprendente mano para las plantas, que hacía que toda rama que cortaba germinara en planta robusta, que toda semilla de su mano se volviera árbol.
Dicen que así se siente ser viejo: que un día se van yendo los que te conocen, los que estuvieron siempre a tu lado, y te vas quedando irremediablemente sin testigos de tu historia. Dicen que así es esto, que la vida no es eterna y que a veces te dejan sola los que amas, cada vez más llena de agujeros. Pero yo no soy una anciana, soy lo que llaman (descubrí con horror hace unos meses) una mujer de la mediana edad, con la crisis usual y acostumbrada por descubrir que no falta tanto tiempo para que cumpla cuarenta años, pidiéndole a Dios que cuando llegue ese momento siga siendo yo la única en adivinarlo. No, no soy una anciana, pero aquí estoy, en este año aciago, que viene acompañado de tantos otros años de dolor colectivo, viendo como el mundo se vuelve este queso incompleto. Era feliz siendo un manchego, ahora no queda más que acostumbrarme a ser un apestoso y agujereado Gruyère. Más sabio, más añejo, ciertamente delicioso, pero con tanto h oyo que no queda claro si a uno le cobraron de más en el mercado.
Por lo menos, y es grande el consuelo, entre esos hoyos no está mi madre, que tan cerca estuvo de estarlo hace un año; o mi perro, que también se estaba muriendo y que parece (por fin) que va a sobrevivir a todas sus enfermedades para darnos un tiempo más de amor y cariño. O mi gata, que sobrevivió al COVID cuando se suponía que todavía no había en México. Por lo menos, por lo menos yo no soy el agujero de alguien más, sigo aquí, suficientemente viva para disfrutar de nuevas letras, de nuevos aires, y de todos los nuevos amigos que la vida me va trayendo. Sí, Pichi y Eva estarían felices de saber que, poquito a poquito, y también en su nombre, sigo sonriendo.
Pichi… Eva…
En lo eterno de la existencia, en el corazón de la mente tuya, amadas, presentes.
Gratitud y vida. Eso es lo más importante al rendir homenaje a quienes ya se nos adelantaron en el camino.
Por la cuestión cronológica, no opinaré puesto que nunca ha sido un tema que me preocupe, pero trato de entender las diferentes perspectivas de cada persona.
No eres de mediana edad, ni vieja, ni jovén. Recuerda siempre que tu eres.
Porque así te afirmas.
¡Eres vida y eres grande!
Simple y llano.
Con cariño.
Toda la razón, Hugo querido, gratitud y vida. Tuve la suerte de encontrarlas en mi camino cuando todavía no tenía conciencia de prácticamente nada, y también tuve la fortuna de tenerlas cerca toda mi vida, hasta hoy. Ahora tendré que aprender a vivir trayéndolas conmigo, a cuestas, viviendo siempre con su recuerdo como una llave secreta a las sonrisas, tiempo al tiempo.
Lo de la edad… es más desconcertante que deprimente en mi caso. No parezco lo que soy, y tampoco siento ser lo que no parezco, sino lo que la gente ve en la calle. Pero al final soy una mezcolanza entre lo que soy, lo que aparento, lo que pienso de lo que soy y lo que quisiera aparentar pero no puedo porque siempre termino siendo yo misma. Cada año ese embrollo se vuelve un poco más extraño, y cuando me acostumbro, ¡zaz! llega otro y el asunto es aún menos comprensible para mi pobre espíritu confundido. Al final todo está bien mientras nadie intente que deje de treparme a los árboles y andar en patines. Seré niña tanto tiempo como mis rodillas y mis huesos lo permitan.
Abrazote!!
Lupita:
Este capítulo me ha hecho estar tan nostalgica como tú relato yo también tuve mi Evangelina la mía se llamaba Margarita era mi abuelita oriunda de un pueblito y sin poder protestar sus dos últimos años tuvo que estar aquí siempre nostalgica añorando un pueblo que ahora no está
Tan bién haces tu labor que heme aquí conteniendo mis lágrimas sigo leyendote un saludo y mil gracias
Siempre nos harán falta, pero algo de ellas estará siempre vivo, mientras las nombremos. A los pocos días de que falleciera Pichi escribí un poema, que ya daré a conocer cuando pueda leerlo sin llorar, en el que decía «Pichi, Pichi, Pichi, nombraré tu nombre cada día por ver si así consigo darle vida al viento en el que habitas»… o algo parecido. Ellas están, y es hermoso e importante que hoy yo sepa que al mundo también le falta una Margarita. Abrazo de luz y poesía